lunes, 11 de agosto de 2014

Némesis

Siete minutos para bajar cuatro pisos en ascensor, fumar un cigarro y volver a mi puesto.

Aunque el Convenio de Plantaciones de Algodón, establezca que tengo derecho a un descanso de veinte minutos que computará como tiempo de trabajo efectivo, el Sr. Albotti ha decidido que nos vienen mejor dos descansos de siete – ni seis, ni ocho -  minutos que no computan como tiempo de trabajo.

Tres horas y media aquí metido y empiezo a notar que mis modales descienden al mismo ritmo que aumenta mi necesidad de fumar; justo cuando cuelgo una llamada, el muñón liberador de Concha me señala indicándome que puedo tomarme mi descanso, gracias profe.

Ficho en la máquina de control horario que hay al lado de la puerta y vuelo hacia el ascensor, una vez dentro saludo a un grupo de gente que – obviamente – no me devuelven el saludo.

Ya en la calle, nada más encenderme el cigarro, aparece por la puerta una compañera de LSD con una taza humeante de vetetúasaberqué…

-        Hola, tú eres el nuevo, Jota, ¿no?
-        Erre, me llamo Erre.
-        Yo es que no fumo, prefiero una infusión de rooibos, me relaja mucho, ¿sabes? Antes fumaba, cuando estaba estudiando, pero lo dejé, tampoco como carne, es terrible como sufren los animalitos, Jota.
-        Erre. A mí me encanta la carne, fumo y no me gustan los bebés, ni los cachorri…
-        Pues sí, fumaba como un carretero, Ene.
-        Erre.
-        Fumaba muchísimo, pero es que fue una época muy complicada de mi vida – sollozo – mi padre me pegaba y tenía un novio que me maltrataba psicológicamente…
-        Vaya… me tengo que subir ya, ¿eh? Se me acaba el tiempo de descanso…
-        ¡Maltrato psicológico! Ene, como te lo digo.
-        Erre, me llamo Erre, de verdad.
-        Es que el maltrato psicológico puede ser peor que el físico, ¿sabes, Ene? – rompe a llorar…

Repaso mentalmente mis posibles afrentas a los dioses para que me castiguen con este torrente de moco y desgracia, y no, no encuentro ningún pecado que esté a la altura de la penitencia.



-        Era terrible,  me decía que estaba gorda…
-        Yo lo estoy, la coprofagia engorda una barbaridad.
-        Creo que fue por eso por lo que no aprobé las oposiciones, no confiaba en mí misma, Ele, y sin confianza no puedes cantar los temas en el oral – lágrima viva - ¡cómo pudieron hacerme eso! ¡mi propio padre y mi novio! ¡no me lo explico! ¡Decirme que estaba gorda!
-        Si sacrificas un mamífero una noche de luna nueva, adelgazas, te lo juro, yo intento hacerlo cada ciclo lunar… Me tengo que ir ¿eh? Se acaba mi descanso.
-        Lo que pasa es que comía carne, carne roja, muchísima, y por eso estaba un poco más hinchada, Jota, pero no estaba gordaaaaaaa….
-        Erre, me llamo Erre, joder, entre la cú y la ese, puede que  no sea un nombre maravilloso, pero es el mío… me parece una falta de respeto que me fusiles con tus miserias y no tengas la decencia de emplear diez segundos en retener cómo me llamo; supongo que será por un problema de bulimia mental propiciado por tu novio, tu padre o cualquier otro desgraciado que haya tenido la mala suerte de cruzarse en tu camino, pero sea cuál sea el motivo, te ilegitima para hacerme partícipe de tu  pasado traumático…

De una última calada termino la mitad del cigarro que me quedaba, lo tiro y vuelvo a entrar en el edificio, a mis espaldas oigo:

-        ¿Ya se ha acabado tu descanso? – juraría que, de repente, ha dejado de llorar pero no me voy a dar la vuelta para comprobarlo - ¿A qué hora tienes el próximo? ¡Nos vemos luego, Jota!


No hay comentarios:

Publicar un comentario